29/11/2017

18:14

Cada instante de nuestros encuentros celebramos, como una presencia Divina, solos en todo el mundo. Entrabas más audaz y liviana que el ala de un ave; por la escalera, como un delirio, saltabas de a dos los escalones, y corrías a través de las húmedas lilas, llevándome lejos, a tus dominios, al otro lado del espejo.
Cuando llegó la noche, recibí la gracia, las puertas del altar se abrieron, y brilló en la oscuridad, en el espacio la desnudez, y se inclinó lentamente, y despertando, pronuncié: "'¡Benditas seas!", y enseguida percibí la insolencia de esta bendición. Dormías, y para pintar tus párpados de aquel azul eterno las lilas se inclinaron hacia ti desde la mesa. Tus párpados azules ahora estaban serenos, y tibias tus manos. En el cristal se percibía el pulso de los ríos, el humo de los cerros, el resplandor del mar, y una esfera en la palma de la mano sostenías, de cristal, y dormías en el trono, y ¡oh Dios Santo! eras mía solamente. Al despertarte, había transformado el común lenguaje cotidiano y con renovada fuerza se colmó la garganta de vocablos sonoros, y la palabra "tú", tan liviana, quería decir "rey" ahora, revelando su nuevo significado. De pronto, en el mundo todo ha cambiado, hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana, cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos, el agua, dura y laminada. Fuimos llevados hacia el más allá, y se abrían ante nosotros, como por encanto, las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar, la menta se extendía bajo nuestro pies, las aves seguían nuestro camino, los peces remontaban nuevos ríos, y el cielo se abrió ante nuestros ojos... Mientras seguía nuestra huellas el destino, como el loco, armado de una navaja. Los primeros encuentros - Arseny Tarkovsky



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